Indudablemente, los medios de
comunicación se han convertido en un elemento fundamental para la
construcción de escenarios y coyunturas en las que poco o nada tienen
que ver la libertad de expresión y la verdad. Transcurridas dos décadas y
media de este siglo, los conglomerados mediáticos son más un
instrumento destructivo, estratégico para la dominación y recolonización
de países enteros; nada más antidemocrático que el acceso a la
información en la mayoría de nuestros países.
Con la constante innovación
de la tecnología, los medios transnacionalizados multiplican su
capacidad de copar todos los espacios informativos, culturales,
artísticos, llegando a monopolizar lo que hace tiempo denominan
“industria del entretenimiento”. Y es que incluso las noticias, de un
modo morboso, han sido convertidas en un show en el que la ética y los
principios han desaparecido por completo.
No es casual que Telesur
sea un objetivo militar y estratégico para cualquier acción
desestabilizadora que ejecute la derecha golpista en Venezuela, o
cualquier otro país latinoamericano. La mística de trabajo, la posición
frente a los hechos de esta cadena nuestro americana la ha convertido en
un bastión que buscamos para darnos cuenta lo que de otro modo es un
amasijo de embustes sobre lo que sucede en cualquier parte del mundo.
Recordemos el Golpe de
Estado Militar en Honduras, cuando la corresponsal de Telesur, Madeleine
García, transmitía en vivo la captura del presidente Manuel Zelaya, por
fuerzas militares, y muchos nos percatabamos por ese medio lo que
apenas dos emisoras locales informaban bajo el acecho de los militares.
Seis años después de aquel fatídico 28 de junio, podemos contar con
versiones objetivas sobre lo que sucede en nuestro continente, así como
los hechos en lugares tan distantes como la agresión imperialista en
Ucrania, el colonialismo sionista en Gaza o la intervención en Siria.
Muchos Estados
democráticos latinoamericanos (no hablamos de la democracia electorera,
sino de los procesos de transformación liberadora), han avanzado en la
implementación de proyectos de comunicación comunitaria y estatal, pero
eso no basta. La agresividad de los medios corporativos solo es
comparable con su infinito desprecio por los pueblos; y su disposición
de recursos los hacen formidable máquinas de mentir e implantar
falsedades en la opinión pública.
Es sorprendente como
gente humilde en los países latinoamericanos, manejan una imagen
aterradora de lo que ahora sucede en Venezuela. No hace muchos días,
interesado en este tema, seguía con atención los mensajes en twitter de
diversos medios de comunicación del continente, lo chocante fue ver
comentarios de usuarios que exclaman que no quieren vivir como los pobre
venezolanos!!! Comentarios como este en países como Honduras, el más
atrasado de Latinoamérica, empobrecido a un extremo sin precedentes en
su historia y donde la miseria supera el 50% de la población. Es muy
común escuchar el argumento de que en Venezuela no hay papel higiénico
para el baño, y esos argumentos vienen de gente que no puede darse el
lujo de comprar ese producto.
En realidad todos estos
ejemplos de manipulación y mentiras no son nuevos, ya tenemos numerosos
ejemplos de lo funesto que puede ser el papel de los medios en nuestros
países; baste recordar el papel protagónico de primera línea que tuvo El
Mercurio en el bestial Golpe fascista que termino con la muerte del
presidente Salvador Allende en Chile. El problema, es que esos medios
sirven también para crear las condiciones necesarias en las sociedades
para conducirlas a la guerra.
Siendo el campo de las
comunicaciones una de las áreas estratégicas para la seguridad
democrática, la desventaja en que nos encontramos los pueblos, nos pone
en una situación de cuasi indefensión: El bombardeo permanente de
mentiras de mil formas, como noticias, como comerciales, en forma de
telenovelas o películas, nos acostumbra a conformarnos con la violencia
como algo cotidiano.
De hecho, por esta misma
vía nos han ido acomodando a la idea y la aceptación de hechos nefastos
como las narco novelas. También se nos implantan prejuicios y estigmas
como el que es la gente pobre la que comete crímenes, y es la juventud
más pobre la que integra las maras y bandas de sicarios. De esta forma
hacen sentir a la clase media terror hasta el extremo de la paranoia. Y
entonces comienzan a colocar muros y rejas de acero que más que
protección se convierten en cárceles para muchos.
Dicho de otro modo, la
manipulación mediática sirve para distanciar al individuo de la
sociedad, quitándole con ello la capacidad de defenderse en colectivo.
La realidad que percibe cada individuo no es la misma que afecta a la
sociedad, de modo que los intereses fabricados para el nada tienen que
ver con el sujeto mismo. De esta forma se construyen entornos favorables
a cosas que resultan absurdas en extremo.
Hoy día la agresión
imperial contra la revolución bolivariana está presente en todos los
rincones del continente; todos los días nos alejamos más de Venezuela,
un territorio que los medios presentan en llamas con un gobierno
sufriendo una crisis terminal, donde ya se prepara una “transición”. Es
tanto el cinismo, que ante el anuncio del desmantelamiento de una
conspiración para perpetrar un Golpe de Estado, hecha pública por el
gobierno bolivariano, los medios ponen en duda lo dicho, y buscan el
ángulo mediante el cual puedan utilizar esto para validar la imagen de
debilidad con que quieren hacer aparecer la revolución y sus líderes.
No se debe olvidar nunca
que la guerra es una necesidad orgánica del capitalismo, y del
imperialismo específicamente. En esta lógica, debemos presumir siempre
que el uso de la violencia es siempre parte del “menú”, y, por lo tanto,
la existencia de una matriz que lleve a la intervención militar
norteamericana en la República Bolivariana de Venezuela no debe
descartarse en ningún momento, y consecuentemente, la preparación ante
esa eventualidad es obligatoria.
En ese escenario posible,
por ridículo que se pueda ver, los medios servirán para hacer ver moral
y legítima cualquier monstruosidad, y Telesur se mantendrá como
objetivo de carácter estratégico para el enemigo; eso debe preverse.
Si somos capaces de
entender nuestra historia, veremos la importancia de Telesur en su cabal
dimensión, y entonces sabremos que defender ese bastión equivale a una
buena porción de la victoria. La paz no es de ningún modo un objetivo
del imperio, no está en su naturaleza; sabio será que los pueblos
entendamos esto.
Ahora más que nunca
debemos superar nuestra visión del horizonte, dejar de lado nuestras
cuestionables argumentaciones para dividirnos y asumir esta batalla por
la libertad latinoamericana, cuya lucha se libra en varios frentes del
continente.
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