1 Lo que está en juego el próximo domingo 26 no es poca cosa. Nunca un proceso revolucionario puso a prueba su destino en un evento electoral. La polarización que se observa en sectores de la población, en particular en ciudades muy tocadas por los medios de comunicación, podría contribuir a que no haya exacta comprensión de lo que está planteado. La tendencia que se observa es a sucumbir al consignismo y ante los falsos dilemas, por ejemplo, aquellos promovidos para sembrar miedo y odio -sentimientos explotables en tiempos de cambios políticos y sociales- en personas que no manejan temas de cierta complejidad. Un seguimiento de lo que hacen los medios opositores en la actual campaña ubica el debate en el contexto de dramáticas disyuntivas: democracia-comunismo; propiedad privada-confiscación; libertad-dictadura. Este tratamiento maniqueo, primitivo, de lo que sucede conduce fatalmente a irracionalizar la política. Despierta, por un lado, miedo; por otro, odio. Un ciudadano que concurra a votar el domingo entrante bajo el peso de esa deplorable simplificación, de tan absurda tergiversación de lo que pasa, no asume conscientemente la verdadera calidad del acto. Lo hará convertido en una especie de autómata dominado por el miedo, asaltado por fantasmales visiones y, por lo que aún es peor, por el odio al oponente. Por el torvo sentimiento de acabar, como sea, con aquel que considera su enemigo.
2 Hay que aclarar lo siguiente: ninguno de los pronósticos que hasta ahora formuló la oposición, y los medios que le sirven, se cumplieron. Aún no se había posesionado Hugo Chávez de la Presidencia de la República cuando ya se anunciaba que implantaría una dictadura. Que el sistema democrático desaparecería en Venezuela y que se acabaría la consulta al pueblo a través de elecciones. Se alertó, sistemáticamente, sobre la eliminación de la educación religiosa y la enseñanza privada; la supresión de la patria potestad y el control de menores por organismos estatales; la adscripción de los jóvenes a la milicia; el final de la propiedad privada; la cartilla de racionamiento; el espionaje dentro de los hogares con los bombillos ahorradores, y, lo máximo: empleo de satélites para controlar la actividad de los ciudadanos en hogares, centros de trabajo y la calle.
3 Pero nada de eso ocurrió en 11 años de proceso bolivariano. Más democracia no puede haber. Lo mismo que más libertad. El país tuvo casi una elección por año, y donde ganó la oposición se respetó el resultado. Se amplió el espectro de la propiedad privada al garantizar acceso a esta de miles de compatriotas que lo tenían vedado. Se incrementó el subsidio a la enseñanza religiosa, se estableció un régimen de pensión para sacerdotes y monjas y los colegios privados siguieron funcionando. En las medidas de expropiación siempre ha privado el respeto al ordenamiento jurídico.
4 ¿Fallas, errores, defectos, carencias? Numerosos. Algunos corregidos oportunamente, otros no. ¿Que hay mucho por hacer? Desde luego, pero ¿qué gobierno, qué sistema político en el mundo, no encara esa misma realidad? Escribo en estos términos porque si algo conviene es racionalizar el debate, y conste que lo digo tanto para la oposición como para el chavismo. A ambos conviene hacerlo. Si algo sería positivo de estas elecciones parlamentarias, es que surgiera no sólo una nueva correlación en la Asamblea Nacional -cuantitativamente hablando-, sino una manera diferente de asumir los problemas del país y de relacionarse con la política. Una conducta que deseche el esquematismo, el dogmatismo, la tendencia a privilegiar falsos debates y a utilizar fantasmas para asustar a las personas en vez de convencerlas con argumentos fundados en la verdad. Porque todo cuanto fue denunciado hasta ahora como intento del Gobierno revolucionario para desmontar la democracia y acabar con el Estado de Derecho resultó falso. El tiempo se encargó de desenmascarar el turbio propósito que inspiraba los sombríos presagios. Y lo único cierto, lo que en definitiva está en juego a partir del 26-S, es que se adopte una manera de hacer política basada en la verdad y no en la mentira, y el no retorno al pasado. Porque del pasado, ¡líbranos, Señor!
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