"Guarda bien esto hijo...". Por Fabricio.
Carta a mi madre, y a todas las madres de la Revolución

“¡Ay no! Deje el agite hijo, coma despacio que nadie lo está apurando, descanse, esa vida suya de tanta corredera, jumm, no no no fa-bri-zzzio, le va dar algo…“
Quisiera entenderte madre mía y comprender tus reclamos, de hecho pudiera si nada tuvieras que ver con este “estilo de vida” que asumo, y aunque es duro, uno se acostumbra y hasta se enamora de esa “corredera”.
Lamentablemente para ti; afortunadamente para mí, es mucho lo que hiciste para que hoy me encuentre casi sin tiempo para escribirte. Aunque “la buena memoria” no es una de mis virtudes, llevo conmigo una serie de recuerdos desde muy niño, recuerdos de simples detalles que tú, consciente o no, me ibas dando. Definitivamente sería más fácil para todos olvidarlos, pero no puedo.
No puedo, por ejemplo, olvidar esa foto en blanco y negro, en la que en primer plano está mi hermana como de 5 años, y en fondo, pegada a un closet del apartamento que alquilabas en Santa Juana, una postal de un señor de boina con estrella y firme mirada. Imagen que siempre pegué en mi cuarto, incluso desde que aun mi hermana seguía siendo la “famosa” de la foto e ignoraba que el señor de atrás, era el mismo que le había dado sentido a mi segundo nombre: Ernesto. Con el primero no fuiste menos dura: Fabricio, como aquel paisano tuyo que dejó también su comodidad y tranquilidad por transitar el camino agitado e incomodo, el más difícil, pero el necesario.
Al trabajo me llevabas, y me gustaba. Claro, hoy comprendo que era porque no tenias de otra, pero igual gracias. Casi puedo dibujar tu oficina, o mejor dicho el rincón del espacio compartido que podías arreglar a tu modo. Recuerdo el pedacito de papel adornado que decía “…Niño a quien dan cariño, sentirá amor por los niños, cuando la vida le crezca…” y aunque de verdad no recuerdo que me lo cantaras, que bonito fue escuchar de grande ese hermoso tema del puño de Alí que luego grabó su hermano,Lacanción del Lunerito , tirándome ese puente a la infancia y a tu escritorio.
También había una afiche de un hombre caminando entre arbustos y abajo decía algo como “caminante no hay camino…” y aunque la verdad ese tal Serrat nunca me ha movido un pelo, recordé esa frase y ese afiche, uno de los pocos días que he trabajado machete en mano, abriendo una trocha, que facilitaría el camino de unos campesinos de sus casas hasta el huerto y me decía: “¡verga! esto de hacer camino al andar no es tan fácil como lo canta Serrat”.
Tampoco olvido el credo de Aquiles Nazoa, que tenias también a un lado del escritorio, y aunque nunca me lo presentaste formalmente, el y yo hoy somos bastante amigos.
Así llenabas tu pequeño espacio con rostros y frases, no todas las recuerdo pero seguro aquí están. ¿Ya ves? apuesto que vas entiendo de qué va esto. Comprenderás que no fue culpa mía que en lugar de todo eso, tuvieras frases evasivas, de autoayuda, Vargas Llosa o Uslar Pietri en tu escritorio y en lugar de un afiche de Camilo uno del papa.
Ya un poquito más grande me podías dejar en casa, y una tarde de hastío descubrí undisconaranja con el rostro de un mechudo, que mas que cantando parecía gritando. Me llamó la atención porque era muy distinto al resto, comencé a escucharlo casi a diario, no lo ponía completo pero las historias de “Ruperto” (el que no tenía ni pa´ enterrar su carajito) y Juanita“La lavandera” me marcaron, mostrándome una realidad, que por supuesto, no conocía gracias a tu esfuerzo incansable que se traducía en comida y algo de “bienestar”. A los meses lo regalaste a unos primos que realmente no sé si escuchaban la música de Alí o sólo la coleccionaban. Sin embargo ante mi reclamo, hiciste que mis primos en compensación me grabaran un casette de 90 min (que aún conservo) con un compilado de sus temas. ¿Cómo no responsabilizar a Alí de este “agite” actual?
Lo que si me presentaste luego, y creo muy concienzudamente, fue la poesía. Al punto que hoy casi no puedo leer o escribir un poema sin imaginar tus gestos al declamarla. No es mi culpa que en la pequeña mesa del recibo en lugar de una Biblia (como en el resto de las casas de mis amigos) tuvieras el toque de locura para poner en un pedestal ese libro verde: “Antología Poética Universal”, abierto en cualquier pagina. No me puedo olvidar de la hilandera y el amor con el hombre ciego que le vía por el cristal de sus lágrimas, de Andrés Eloy, Nazoa, Guillen, Machado, y otros tantos apellidos que firmaban las letras de aquel libro verde que de rato en rato ojeaba y que tu estudiabas hasta memorizar para recitárselos a la visita. Creo que la cosa hubiese sido distinta, si tu tío Homero, por ejemplo, en lugar de pordioseros, les hubiese escrito poemas a los ricos de Boconó. Claro, es muy difícil encontrar poetas de derecha, lo que si abundan son los “hijoepoetas” de derecha.
Recuerdo a una buena profe de castellano, que engavetaba el programa del ministerio y nos pedía traer un libro cualquiera de la biblioteca de casa. No es mi culpa tampoco, que en la de casa estarían libros que otros padres ni de vaina dejarían en su biblioteca. Las elecciones no eran casuales, y tú me inducias a tomar tal o cual. De tu viaje a Argentina trajiste mil cosas, pero sólo recuerdo ese grande libro rojo con las enormes y sencillascartas de JoséMartí a María Mantilla .
En el 94 (tenía 11 años), recuerdo que regresaste de una reunión, y en la mano una tarjeta marcada con siglas y números “MBR-200” firmada por un tal Hugo Chávez que se había reunido en Mérida a los pocos días de salir de la cárcel y le hiciste que me escribiera: “para Fabricio con Inmenso Fervor Revolucionario”, abajo una “rabo e cochino” que para ese entonces pocos conocían. Me dijiste alegre: “guarde bien esto hijo, que este hombre hará historia”. Como siempre, o como casi siempre, no te hice caso, y la extravié hace algunos años. Espero aparezca entre algunas de las cajas de las tantas mudanzas. Es curioso que hoy ese hombre este librando la misma batalla por su salud, que tú acabas de librar y vencer, y en tu fuerza y tú ejemplo esta mi esperanza y la de este pueblo.
Hubo cierta edad en la que parecía distraerme, la adolescencia y tal, sobre todo influenciado por el entorno del colegio: hijos e hijas de profesores universitarios, de los cuales tú parecías la de menos “status socio-económico”. Sin embargo, en mi curso habían varios sensibles y otros “medio jipis” así con J, con los que afortunadamente me junté. De pronto aceptaste a inscribirme en el beisbol y allí el entorno fue opuesto al del “cole”. En el patio del segundo, el chevetico era el carro más viejito, pero en las afueras del estadio era el único, bueno había otro más lujoso, una camioneta creo, pero allí se montaba un niño extraño, que no ensuciaba su uniforme y que no hablaba con nadie del equipo. Afortunadamente, me comencé a sentir más cómodo con los de a pie y las busetas dejaron de ser una dimensión desconocida.
Ya como a los 15 o 16 me diste a leer las cartas que Raúl Sendíc, ese enorme Revolucionario uruguayo, le escribía a sus hijos desde la cárcel, iban revisadas por los esbirros para que no llevara contenido político, pero aún así, se las arreglaba para educar a sus hijos desde los fríos barrotes, y comunicarse con ellos con el calor y el amor que sólo caracteriza a los verdaderos(as) Revolucionario(as). Siempre me pregunte ¿Cómo puede un hombre preso por sus ideas, hablarle a sus hijos de otra cosa que no sea “directamente” sus ideas? Después, tome de la biblioteca un librito blanco y no muy grueso sobre la “Comuna de París” aunque debo reconocer, que a menos de la mitad tuve que parar porque no entendía ni papa.
Hay muchos detalles que dejo sueltos, y no por olvidarlos, pero la verdad es que el “agite” de mi vida, ya me obliga a terminar. Espero y puedas recordar conmigo todas estas historias que sin duda han sido responsables de la “aceleración” con la que asumo mis días. De ahora en adelante, no solo te pido que comprendas este ritmo, sino que si algún día notas que me detengo, empújame, y recuérdame que el tiempo se nos va, que decidimos correr angustiados para que otros después puedan caminar tranquilos y sonrientes.
Gracias entonces, por ayudarme a tomar este camino puyúo, pero sin duda el más digno y gratificante.
Con el inmenso amor que sembraste,
¡Tu Hijo!
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