Desde su primera e impactante presencia en la televisión con su celebre frase “POR AHORA”, Chávez no dejó de ser ni un solo momento, el centro principal de cualquier evento, independientemente de la naturaleza del mismo: un grupo de trabajo; un evento deportivo o cultural; una celebración; una asamblea internacional. La sola mención de lo enunciado nos hace recordar su esperada primera visita a la Asamblea de las Naciones Unidas en que, lo más resaltante de todo lo que allí sucedió estuvo en sus declaraciones en torno al Presidente Bush.
Bastaba buscar lo acaecido en un congreso campesino para recibir el eco de su voz vibrante, alertando a los sin tierra, enseñando caminos, infundiendo energías. Uno se pregunta ¿cuál fue la fuerza que le dio el liderazgo que ejerció desde su primera aparición pública hasta el momento de su deceso? Hay quienes quieren ser populares, notables, despertar devoción y afecto pero puede que lo hagan en ocasiones aisladas. Lo difícil es que permanentemente estés ubicado en la palestra en su punto más alto y que siempre sorprendas, es decir, ofrezcas algo inesperado y positivo a los espectadores ¿Se acuerdan de su último mitin, casi silencioso, aquí en Caracas en que estuvo nada más y nada menos bailando bajo una lluvia torrencial? ¿Dónde estaba esa fuerza? ¿Qué la conformaba?
Varios elementos constituían la base de su poder de atracción: el primero de ellos era su voz, una voz modulada para ser oída aún sin necesidad de micrófonos, una voz varonil, bien timbrada a la cual se le podía imprimir matices, pero sobre todo una voz que transmitía, -y esto es lo más importante-, un lenguaje sencillo pero al mismo tiempo educado y correcto, pero claramente venezolanista. Yo creo que fue esa voz y esa temática la que comenzó a cautivar a personas como Mamaíta, porque ella se sintió identificada en lo que él decía y en la forma como lo decía, porque no encontró artificio en su directa comunicación con el público: no necesitaba de ellos, le bastaba decir simplemente lo que estaba pensando. Es un hecho indiscutible que fue su gran habilidad de comunicador social lo que constituyó su primer atractivo, porque a través de su lenguaje marcó una directa comunicación con todo el pueblo: con el más culto, porque no habían errores de pronunciación, ni de dicción, ni de construcción de las frases en su discurso; con el más humilde porque hablaba de manera sencilla y comprensible pero al mismo tiempo utilizando los ejemplos de la vida diaria, las pinceladas que revelaban cuán cercano estaba de los ambientes que deseaba modificar; que quería transformar para la construcción de ese edificio inmenso, el de la felicidad popular que se empeñó en construir a través de cada una de sus iniciativas.
Buscando los elementos que pudieran conformar las razones de su liderazgo, habría que anotar en primer lugar su absoluta sinceridad ante las personas. El nunca se disfrazó de algo ajeno; el nunca ocultó ni trató de retocar lo que era realmente, él tenía un real y efectivo amor por el pueblo y los seres que son amados lo perciben de inmediato. Ese amor lo manifestaba sin un atisbo de rechazo hacía las condiciones que pudiesen ostentar; por encima de la lástima; con desmedro de su propio bienestar.
Otro elemento determinante de su fascinación estuvo en su poder de creación. En el laboratorio en el cual preparaba sus presentaciones meticulosamente se recogían esos inspirados sobresaltos de ideas con los cuales creaba nuevas instituciones; remodelaba el mundo que lo rodeaba, inventaba o rescataba del lenguaje ordinario los términos apropiados pero novedosos para designar las cosas. Ahora bien, lo más importante en él a mi ver, fue su voluntad de estudio y de aprendizaje. El supo como saben solamente pocos políticos que las exposiciones técnicas tienen que ser el fruto de un profundo estudio, que en ese campo no podemos equivocarnos y hemos de ser tan claros en lo que explicamos que hasta el menos dotado intelectualmente puede entenderlos. De allí que sus análisis sobre los temas duros del Estado: economía, petróleo; demografía, relaciones exteriores, biotecnología, estrategia militar, no eran el fruto de una improvisación, sino la meticulosa repetición de conocimientos profundamente adquiridos y adaptados a la realidad circundante.
Chávez fue desde el primer día de su aparición eso que llamamos un fenómeno mediático. En los carnavales siguientes al fallido golpe de estado, todos los niños de Venezuela se disfrazaron con un uniforme color de esperanza y una boina roja premonitoria del futuro; de allí en adelante, Chávez fue siempre el centro de la polémica: para sus enemigos la razón de todos los males: del deslave de Vargas a la sequía de los años posteriores; de la devaluación y, naturalmente, del éxodo de los venezolanos al exterior. Chávez llegó al extremo de robarle a los trabajadores y a los no trabajadores sus domingos en las mañanas, pero no era robo sino hurto porque no había violencia y la gente permanecía hipnotizada por horas oyendo sus largas e inacabables exposiciones, fue así como se convirtió en un signo para Venezuela y en una guía para todos los países en los cuales un hombre se sintiera explotado, perseguido o desasistido. Fue también entonces un modelo para el mundo. Le debemos a Chávez muchas cosas, pero algo importante fue el haber cambiado la imagen de Venezuela que, de ser desconocida en el mundo o apenas vislumbrada como un país donde se nadaba en petróleo y se cocinaban dictadores, a un centro de todas las manifestaciones más activas del siglo que se iniciara. Un imán en el campo musical; un ejemplo en la esfera deportiva, incluso, en aquellos deportes que nos eran menos conocidos; un modelo en el ámbito de la política petrolera; un impulso a los procesos integracionistas regionales; un divulgador de nociones que habrían quedado olvidadas como las de: cooperación, solidaridad, lealtad con sus allegados, y una nueva filosofía política, ajena completamente a la explotación económica, y respetuosa de la dignidad humana.
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