Una acción típica de la guerra mediática fue la que coordinaron 83 de
los principales periódicos del continente, al decidir la publicación de
al menos una página diaria destinada a crear una imagen desastrosa de
Venezuela, al tiempo que Andiarios, una de las principales
organizaciones de los dueños de medios, habilitó sus oficinas en Bogotá
como centro coordinador de tal campaña. A ella, por supuesto, se
sumaron otros diarios pequeños y las cadenas de radio y TV. Tales
procederes vienen a corroborar lo que se denuncia, desde hace años,
acerca de la permanente intención de los grandes medios privados de
desestabilizar dentro del país y desacreditarlo en el ámbito
internacional. Esta práctica se cumple mediante la insistente
publicación de información sesgada, falsa o imprecisa, hasta convertirla
en cierta. Así los diarios e informativos de radio y tv, junto a las
redes sociales, se coparon de informaciones relativas a: un gobierno
ilegítimo, dictadura castro-comunista, fraude electoral, instituciones
sometidas, hampa y violencia incontrolables, gravísima situación
económica, total desabastecimiento, población desesperada y muchos otros
etcéteras.
Ahora bien, debe quedar claro que esta no es una intención referida solo al ámbito comunicacional y menos, que sean expresiones aisladas. Estas acciones están íntimamente ligadas con las pretensiones injerencistas y golpistas del gobierno norteamericano, sus aliados en el mundo y sus serviles nacionales, con el objetivo de desinformar y desde allí socavar las bases de la revolución bolivariana para generar la caída del gobierno.
Esta es una práctica antiquísima de los dueños de medios, solo que antes de los años 70 del siglo XX, se recurría a ella para presionar o chantajear a gobiernos y gobernantes con el fin de lograr jugosos beneficios personales o de grupo. Pero en los años finales del siglo, ante el desprestigio y caída de los partidos políticos, los medios se convirtieron en importantes activadores de la política afianzando su tarea en dos vertientes: 1) manipulando la información mediante la publicación de falsedades, o medias verdades que terminan siendo grandes mentiras y también, acompañando los pasos de la “guerra económica” mediante la implantación de “matrices de opinión” preestablecidas; y 2) el afinamiento de los sutiles hilos de la ideologización y siembra de valores capitalistas traslapados en el entretenimiento y la publicidad.
Nada de lo realizado sistemáticamente por los medios privados es casual, aislado, ni responde a simples fallas en el cumplimiento de su trabajo. Ellos tienen sus objetivos políticos absolutamente claros y saben lo que hacen y por qué. De tal suerte que la respuesta a esta abierta agresión no puede limitarse a simples recriminaciones porque no informan o distorsionan la información. Los medios de comunicación privados NO van a cambiar. Incluso, la mayoría de ellos ya no son empresas nacionales, ni responden a los intereses de sus países, pertenecen a grandes conglomerados industriales transnacionales cuyos intereses particulares, oscuros generalmente, siempre prevalecen.
De tal suerte que en medio de una guerra de cuarta generación, como la denominan, nada hace el gobierno revolucionario llamándoles la atención, o intentando ganar su amistad y simpatía, como tampoco pretendiendo neutralizarlos a través de sus asignaciones publicitarias. Lo estratégico debería apuntar a armar la contraofensiva comunicacional, sobre todo en este Táchira convulso, creando y consolidando medios públicos y alternativos de alta calidad técnica, programática e informativa, que aborden la información y el entretenimiento, atendiendo por igual aspectos racionales y/o emocionales. Además, debe rescatarse a los existentes de la situación lamentable en que se hallan. Dicen que con lo que se pagó a los medios privados por las transmisiones de la Vuelta al Táchira, se hubiera montado un completo sistema regional de comunicación e información. Lo mismo, habría que “inmunizar” a trabajadores, medios y organismos, frente a la modorra burocrática enemiga del buen trabajo comunicacional. Pero sobre todo y pronto, diseñar y ejecutar un modelo de formación, actualización y reaprendizaje de quienes intervengan en tales oficinas y medios, calificando su desempeño, optimizando su rendimiento, además de superar con urgencia el periodismo rutinario y frívolo instalado desde hace días en nuestras escuelas de comunicación social.
Ahora bien, debe quedar claro que esta no es una intención referida solo al ámbito comunicacional y menos, que sean expresiones aisladas. Estas acciones están íntimamente ligadas con las pretensiones injerencistas y golpistas del gobierno norteamericano, sus aliados en el mundo y sus serviles nacionales, con el objetivo de desinformar y desde allí socavar las bases de la revolución bolivariana para generar la caída del gobierno.
Esta es una práctica antiquísima de los dueños de medios, solo que antes de los años 70 del siglo XX, se recurría a ella para presionar o chantajear a gobiernos y gobernantes con el fin de lograr jugosos beneficios personales o de grupo. Pero en los años finales del siglo, ante el desprestigio y caída de los partidos políticos, los medios se convirtieron en importantes activadores de la política afianzando su tarea en dos vertientes: 1) manipulando la información mediante la publicación de falsedades, o medias verdades que terminan siendo grandes mentiras y también, acompañando los pasos de la “guerra económica” mediante la implantación de “matrices de opinión” preestablecidas; y 2) el afinamiento de los sutiles hilos de la ideologización y siembra de valores capitalistas traslapados en el entretenimiento y la publicidad.
Nada de lo realizado sistemáticamente por los medios privados es casual, aislado, ni responde a simples fallas en el cumplimiento de su trabajo. Ellos tienen sus objetivos políticos absolutamente claros y saben lo que hacen y por qué. De tal suerte que la respuesta a esta abierta agresión no puede limitarse a simples recriminaciones porque no informan o distorsionan la información. Los medios de comunicación privados NO van a cambiar. Incluso, la mayoría de ellos ya no son empresas nacionales, ni responden a los intereses de sus países, pertenecen a grandes conglomerados industriales transnacionales cuyos intereses particulares, oscuros generalmente, siempre prevalecen.
De tal suerte que en medio de una guerra de cuarta generación, como la denominan, nada hace el gobierno revolucionario llamándoles la atención, o intentando ganar su amistad y simpatía, como tampoco pretendiendo neutralizarlos a través de sus asignaciones publicitarias. Lo estratégico debería apuntar a armar la contraofensiva comunicacional, sobre todo en este Táchira convulso, creando y consolidando medios públicos y alternativos de alta calidad técnica, programática e informativa, que aborden la información y el entretenimiento, atendiendo por igual aspectos racionales y/o emocionales. Además, debe rescatarse a los existentes de la situación lamentable en que se hallan. Dicen que con lo que se pagó a los medios privados por las transmisiones de la Vuelta al Táchira, se hubiera montado un completo sistema regional de comunicación e información. Lo mismo, habría que “inmunizar” a trabajadores, medios y organismos, frente a la modorra burocrática enemiga del buen trabajo comunicacional. Pero sobre todo y pronto, diseñar y ejecutar un modelo de formación, actualización y reaprendizaje de quienes intervengan en tales oficinas y medios, calificando su desempeño, optimizando su rendimiento, además de superar con urgencia el periodismo rutinario y frívolo instalado desde hace días en nuestras escuelas de comunicación social.

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