domingo, 8 de noviembre de 2015

Géneros periodísticos: La entrevista

M. A. Bastenier  Géneros periodísticos: La entrevista (II)

Yo clasifico la entrevista como subgénero dentro del contenedor que llamamos reportaje, porque es el reportaje a una persona, una visita a la realidad constituida por el contexto de vida del sujeto, su formación, intereses y lo que se tercie. Pero si me dicen que la entrevista es un género per se, no lo discutiría porque los géneros son tan solo la superposición de un mapa, siempre teórico, sobre la materialidad del trabajo periodístico, aquello que nos permite saber qué buscamos y, así, operar mejor.
Una entrevista a alguien prominente, en lo que podríamos llamar gran formato, probablemente página entera, debería ser tanto como la indagación de un problema, conflicto o situación, el esbozo de un perfil. El personaje sabe ciertas cosas que comunica, pero la forma de hacerlo, la jerarquización de sus preferencias, sus hábitos, cuando se imbriquen en esos contextos, forman parte esencial de la pesquisa; y digo pesquisa porque no es un diálogo, sino un educado interrogatorio que no debe parecerlo; no se trata de dos potencias retándose a ver quién es más listo, como ocurre más de lo necesario, sino el encuentro entre un investigador y el objeto de esa investigación.
Probablemente hay tantos teóricos de la entrevista como entrevistadores contumaces, y yo no soy una excepción. Por eso desgranaré cuatro ideas sobre lo que creo que conviene y no conviene hacer. La práctica totalidad de mis entrevistas lo han sido a personajes de la política internacional, muchos de ellos de lengua no española, por lo que se han desarrollado en inglés y en alguna ocasión en francés, lo que nos da ya una primera ventaja: no transcribimos sino que hacemos una versión de lo que nos dijeron, con la seguridad de que todo va a quedar más claro, pero ateniéndonos a la veracidad de que hemos entendido.
El entrevistador se ha preparado, ha estudiado al personaje, ha hablado con gente que le conoce, por lo común periodistas del país de que se trate, y llega con un plan, una lista de preguntas que considera vital formular. Pero lo primero es presentar cartas credenciales. El entrevistado, casi siempre un jefe de Estado o distinguido mandatario, puede pensar que menudo tostón le aguarda, 45 o más minutos de conversación con alguien a quien no volverá a ver en su vida, y que regresará a su país tan aleve de conocimientos como cuando llegó. Pero ese primer momento debería dejar claro que no va a perder el tiempo, que uno ha hecho los deberes, como cuando le pregunté a Simon Peres cuál era el último libro —en francés— que tenía en la mesilla de noche o a Rajiv Gandhi si guardaba todavía el osito de peluche (Biswas) al que de niño dormía abrazado en el exclusivo internado de las estribaciones del Himalaya. Es como una ganzúa para abrir una caja de caudales, pero que no necesariamente debe publicarse como tal, aunque habrá entrevistadores que sostendrán que es mejor no revelar qué sabemos para pillar desprevenido al estadista. Establecidas, entonces, las reglas y dimensiones del campo de juego, llegamos a la ilación de las preguntas.
Empezar de una u otra manera implica un orden de cuestiones diferente. Y en nuestro plan de acción debe haber siempre varios recorridos posibles, con lógicas narrativas también distintas, de forma que las respuestas indicarán cuál de esas trayectorias es la más adecuada. Aún más, si de las respuestas no se deduce alterar el recorrido para repreguntar o reinventar tout court el interrogatorio, es probable que la entrevista vaya a ser menos interesante de lo que habíamos barruntado. Y es primordial entender que más que preguntas formulamos estímulos para obtener respuestas. Tengamos presente que el sujeto contesta lo que quiere y cuando quiere, lo que implica que a la pregunta X podrá contestar en parte cuando esta se formule, pero que la continuación puede aparecer en cualquier momento posterior del encuentro. Y eso significa que en los 45 minutos de grabación —siempre hay que grabar como precaución— están ocultas no ya una sino varias entrevistas relativamente distintas entre sí, que el periodista deberá descubrir, como espeleólogo en la cueva, y pienso que se deduce de lo anterior que no tenemos tampoco que publicar las preguntas tal como las formulamos, sino como mejor se adapten a las respuestas que hemos recompuesto de ese bloque sonoro que es la grabación. Son funcionales, lo más cortas posible, sin los “piensa usted” y otros latiguillos manifiestamente prescindibles. El que ha de lucirse es el entrevistado, no el entrevistador. Ni diálogo, ni pugilato: acolchado interrogatorio.
La entrevista es, pues, un viaje, como las road-movie del cine norteamericano, en la que por el camino ocurren tantas cosas que pueden hacer aconsejable plantearnos otra meta e incluso que el recorrido es la verdadera meta de nuestro trabajo. Por ello, las entrevistas no se acaban, sino que las acabamos, dejando para el final aquellos temas más espinosos que formulados antes de tiempo podrían gafar toda la operación. A eso le llamo yo abrochar el texto con alguna clase de prospectiva, de lo próximo e inmediato, planes, sucesos, futuros planteamientos.
Y hasta aquí tan solo un primer acercamiento al subgénero entrevista, dejando para el capítulo siguiente formatos —temática, de escenario, y virtual— su utilidad, enfoque y tanto más cuanto se me haya quedado por el camino en este itinerario.
08-11-2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario