Las fantasías de la revolución
Por: Roberto Hernández Montoya Fecha de publicación: 05/06/10
O la revolución de las fantasías, como la llamó Domingo Alberto Rangel, el padre. Supongo que los sicólogos se ocupan de este fenómeno: uno fantasea caminar bajo la lluvia, pero le cae un aguacero y sale al galope a buscar refugio, sin contar el pestón que le entra luego luego. El agua fría bajo la ropa, los pies enchumbados dentro de los zapatos, todo bien desagradable. Pero en la fantasía era bellísimo ver a Gene Kelly cantando, bailando y chapoteando bajo la lluvia. Aunque Kelly tuviese 40º de fiebre cuando filmó eso. No importa, es fantasía.
Ocurre con las fantasías eróticas, alguien sueña con disfrazarse de yo Tarzán, tú Jane, o hacer el amor en posiciones estrafalarias y cuando al fin se da, se padece la ridiculez del asunto. Claro, a veces funciona y enriquece, lo sé, pero también hay decepciones.
Sucede muchas veces con las parejas, que uno sueña una persona y cuando la ve de cerca y la trata, se desencanta. Por eso me aconsejaba mi abuela Eulalia, muerta a la prematura edad de cien años: “No crea en mujer sentada, mijo”. Supongo que también pasa con los hombres.
Los humanos tenemos una vocación infinita para el autoengaño. Claro, es bonito soñar que un día no haya pobres ni injusticias ni perros bravos,
O la revolución de las fantasías, como la llamó Domingo Alberto Rangel, el padre. Supongo que los sicólogos se ocupan de este fenómeno: uno fantasea caminar bajo la lluvia, pero le cae un aguacero y sale al galope a buscar refugio, sin contar el pestón que le entra luego luego. El agua fría bajo la ropa, los pies enchumbados dentro de los zapatos, todo bien desagradable. Pero en la fantasía era bellísimo ver a Gene Kelly cantando, bailando y chapoteando bajo la lluvia. Aunque Kelly tuviese 40º de fiebre cuando filmó eso. No importa, es fantasía.
Ocurre con las fantasías eróticas, alguien sueña con disfrazarse de yo Tarzán, tú Jane, o hacer el amor en posiciones estrafalarias y cuando al fin se da, se padece la ridiculez del asunto. Claro, a veces funciona y enriquece, lo sé, pero también hay decepciones.
Sucede muchas veces con las parejas, que uno sueña una persona y cuando la ve de cerca y la trata, se desencanta. Por eso me aconsejaba mi abuela Eulalia, muerta a la prematura edad de cien años: “No crea en mujer sentada, mijo”. Supongo que también pasa con los hombres.
Los humanos tenemos una vocación infinita para el autoengaño. Claro, es bonito soñar que un día no haya pobres ni injusticias ni perros bravos,
El día que me quieras
endulzará sus cuerdas
el pájaro cantor.
Florecerá la vida,
no existirá el dolor.
endulzará sus cuerdas
el pájaro cantor.
Florecerá la vida,
no existirá el dolor.
Para eso está la literatura y “traerá quieta la brisa/rumor de melodía”. ¿Cómo traerá nada si está quieta? Como aquello de “besándome en la boca me dijiste”. Serás ventrílocua.
No importa, son fantasías.
Así pasó a mucha gente con la revolución. Militaron, aplaudieron mítines, tal vez hasta fueron guerrilleros, pero cuando hallaron al pueblo de frente conquistando su vaina, gritaron desilusionados que eso no es lo que debe ser, porque hay muchos detalles imperfectos que no respetan la fantasía que creyeron leer en los libros sagrados. Mucho sudor, mucho mulato. Nunca les llega el momento químicamente puro para actuar y reniegan y patalean y se baten contra el piso, donde estén. Lo curioso es cómo pueden, sobre todo los que fueron más vociferantes, lanzarse con tanta facilidad a jugar la política que la CIA aprueba complacida, lo que inspira las peores preguntas.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
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